2/02/11

• Morada sin tiempo

¿DÓNDE ESTÁ LA POESÍA?

Versos robados al silencio,
palabras con sueños escritas,
hipérboles robadas al cariño,
delirios a la vida arrancados...
     ¿Dónde está la poesía?
Remansos bordados en tu pecho,
manantial de cristal tus ojos,
injuria sensual tus cabellos,
impulso incontrolable tus deseos...
     ¿Dónde está la poesía?
Encuentro de ignotos caminos,
arranque de secretos delirios,
abismo de un infértil destino,
regocijo de dolores perdidos...
     ¿Dónde está la poesía?
Alegría de días siderales,
tristeza de ímpetus fortuitos,
alevosía de amores cautivos,
infamia de pasos vacíos...
     ¿Dónde está la poesía?
En el brillo del último día,
en la locura paradójica del alma,
en el temblor rudo del pensamiento,
en el calor de furias maduras...
     ¡Está la poesía!
En el quebrado pudor del sino,
en la arruga cuajada del ayer,
en el curtido forcejeo de dioses,
en la agonía sutil del rocío...
     ¡Está la poesía!
Pero, porque insepultos gritos da
y no colinda con la verdad;
y, porque rehuye pérfida sin razón,
persisto, caprichoso, en preguntar:
     ¿Dónde está la poesía?


LOS RÍOS

Descienden reptando temerosos
y mueren ancianos en lontananza,
habiendo regado curtidos trigales
acaban, con ímpetus dormidos,
ahogados en un último beso salobre.
¡Oh, ríos!, llanto de dolidas alturas,
serpénticos dedos infinitos y de cristal,
incrustados en la superficie rugosa,
son fronteras de pequeños universos,
bosquejos de una Pachamama furiosa.
Descienden, se descuelgan... ¡no volverán!
Señores imperiales sin trono,
nómadas rebeldes e indolentes,
que de apacibles, con embrujo,
van saltando, resbalando, cayendo.
Cuando el sol les descubre,
royendo el vientre de la montaña,
dan gritos de luz, ráfagas de luz,
y en su dolor van temblando:
se derriten en amor, en querencia.
Sin embargo, se van... se van,
dibujando venas arcaicas... se van.


CÁNTARO

Greda, espíritu terraginoso,
sostén ominoso de creación,
¡de tí no se hizo al hombre,
sino de otro barro informe!

Arcilla, légamo,
te avienes con amor
y dócil te haces cuerpo,
a veces, también sudor;
tu alma tiene voz cóncava,
tu cuerpo a dioses invoca.
Frágil, peligrosa,
te ruborizas con ternura
cuando el fuego te devora
y dándote vida te acalora,
¡de tí no se hizo al hombre,
sino de otro barro informe!

Botija, aríbalo,
vientre que fermenta
en parto febril la chicha;
hierves, bailas...
Murmullo recostado
entre el fogón y el batán,
entre la mesa y la sed.
Vacía, triste, acongojada,
te desescama el áspero tiempo
y postrada inútil te quiebras,
¡de tí no se hizo al hombre,
sino de otro barro informe!

Olla, cántaro,
recipiente fértil, florido,
en manjares prodigioso,
huellas de un arte lítico,
pedrada del profundo orgullo
cuando eres cántaro hambre,
¡de tí no se hizo al hombre,
sino de otro barro informe!


PINTURA RUPESTRE

Torpe salto a la escala divina,
sobre lienzo recio, megalítico,
eres espectro del alma primitiva,
remiendo cromático de algún sueño,
estampido discreto de amor sideral.
     ¡Estela salvaje del hombre,
     de las manos de un puro hombre!
Secreto guiño de la luna enferma,
deslumbró pinceles y al vago canto;
luego al rancio trazo de la sien altiva
dio historia, o lúdico calendario,
en días parcos, umbríos, sin vendaval.
     ¡Estela salvaje del hombre,
     de las manos de un puro hombre!
Con remos de un dios cansado, perdido,
estigmas indelebles se rubricaron,
y bermejos mensajes de un pudor ido
junto al cielo, al fuego, se anidaron
en la tez virgen de tierras luminosas.
     ¡Estela salvaje del hombre,
     de las manos de un puro hombre!
Presagio brumoso de una profecía
en alturas gentiles del espíritu,
acertijo, enigma crucificado,
jeroglífico irremediable del ser
serás sempiterna bucólica pintura.
     ¡Estela salvaje del hombre,
     de las manos de un puro hombre!

(Del poemario: “Morada sin tiempo”)