30/01/11

• Entrevista a Arturo “Zambo” Cavero

UNA GRAN VOZ DE PERUANIDAD
Por: Carlos Mejía Gamboa

Zambo Cavero en su visita a Berlín

Muchas veces hemos escuchado decir, a nacionales y a otras personas, que Perú tiene la música más hermosa del mundo. Expresión que puede bordear sentimientos nacionalistas y reflejar alguna exageración. Pero lo que no se puede dejar de reconocer es la gran variedad y diversidad de la misma, que se manifiesta acorde a la multiculturalidad, amplitud geográfica, y la encontramos reflejando la vida del poblador peruano. Las diversas expresiones musicales determinan, de algún modo, la identidad costeña, la andina y la selvática. Cada una, con sus propias características, complementa las tradiciones y costumbres que han ido evolucionando hasta hoy.

La música andina ha sido reconocida como la fundamental referencia en el contexto mundial y dada a su amplia difusión postergó, en cierta medida, la presencia de la música criolla. Hasta no hace mucho, en Alemania, los grupos de música peruana ofrecían dentro de sus repertorios música altiplánica, preponderantemente; pero, la presencia de un número mayor de inmigrantes connacionales ha estimulado a considerar otros géneros que permiten mantener la vigencia de una identidad musical más amplia. De allí que se ha hecho más notoria la existencia y visita, casi frecuente, de grupos de música chicha, música criolla, etc. A diferencia de Norteamérica, en la que los residentes peruanos tienen mucha relación con sus artistas en general, en esta parte del globo es casi una especie de suerte tener con nosotros a los más destacados representantes del arte nacional. Pero, hay que destacar la labor de algunas personas interesadas en ofrecer un escenario para tal efecto, que sorteando dificultades y enfrentando muchos riesgos, contribuyen a difundir el trabajo profesional de artistas de gran calidad y experiencia internacional.

“ZAMBO” CAVERO: ZAMBO DE ORO
El reconocimiento a este artista peruano no sólo obedece al tiempo que él ha dedicado a la música criolla, sino a la gran calidad de su estilo interpretativo que ha desbordado lo tradicional y lo ha enriquecido con una voz que se ha convertido en el modo más fidedigno de expresar la picardía y salero del músico limeño. Eso se puede percibir en el sinnúmero de grabaciones que ha hecho y ha popularizado. Ofrece una miscelánea musical que recoge canciones que pertenecen a los más destacados compositores peruanos y en sus conciertos resalta la labor que ellos han desplegado, rindiéndoles reconocido homenaje. Después de haberle escuchado por espacio de noventa minutos, nos deja impregnados de un sentimiento de peruanidad. También, hace rebotar en el mundo de nuestra nostalgia versos con sabor a pura jarana. Nos hace vibrar con la añoranza de un Perú distante y nos deja con la certeza de una felicidad desbordada. La compañía de Lucho Montalvo, destacado guitarrista peruano, complementa de un modo bastante acertado la pureza del estilo de Arturo “Zambo” Cavero. Al final, la colonia peruana queda tarareando canciones como: Peruanita, Olga, Comadre Cocoliche, Malpaso, Secreto... Eso, es confirmación de lo agradable de la velada musical. Hemos aprovechado la ocasión, para conversar con “Zambo” Cavero, sobre algunas inquietudes que, con seguridad, nuestros lectores encontrarán interesantes.

– Esta es una entrevista para Chasqui. ¿Cómo te sientes en esta ciudad: Berlín?
Z.C.- Yo no había pensado mucho, no me lo había planteado conscientemente. Yo he venido a Europa cinco veces y vine a Berlín por invitación de El Barrio. Me propusieron proyectar esta visita a otros países. Yo no lo concebía así, desde luego, porque prefería que mi viaje sólo fuera a Berlín. Estoy muy contento porque para mí, como muchacho de barrio, es muy significativo. Todo lo que he hecho en estos días, en esta ciudad, me emociona. He encontrado un cariño especial mostrado por los alemanes y los peruanos radicados acá. ¡Sensacional!
– Arturo, tú eres un personaje dentro de la música peruana. Digamos que dentro de los cultores de la música criolla y, específicamente, la música negra –vamos a llamarlo así sin rubores– tú eres el personaje. ¿Cómo te sientes de ser la gran figura?
Z.C.- Me parece bien y, claro, me alegra que lo reconozcan. Como soy limeño, no quisiera que la música afroperuana se interponga a la canción peruana o a la música ciudadana. El Perú es un país sensacional, pero el vals peruano se ha quedado en la ciudad, es para los criollos. ¿Pero, quienes son los criollos? Es un problema que la Sociología lo puede determinar; pero, realmente, el vals se enfrenta a muchas dificultades porque es elitista y quienes lo cantan bien son unos cuantos y, dicho sea de paso, hasta mis sentimientos fluyen a través de esa perspectiva. De lo que sí estoy seguro es que el vals no va a morir.
– Hemos crecido con tu música. En el norte sabes que hay predominio de la marinera, sobre todo en Trujillo...
Z.C.- ¿Cuál marinera? ¡No existe ninguna marinera norteña! Existe un tondero, valses norteños, la actual marinera nunca existió. Esa marinera siempre fue la marinera de Lima y el tondero. Eso que ahora se baila allí como marinera es un producto brutalmente comercial.
– ¿Cómo te inicias musicalmente?
Z.C.- Me inicio en la escuela. En la escuela primaria y el colegio toqué el tambor.
– Y... ¿cómo así que comienzas a cantar?
Z.C.- Yo nací en la Avenida Abancay, en la cuadra once, en un solar, en una quinta, en un callejón muy conocido como La Banderita Blanca de donde han salido muchas figuras del deporte y la música criolla. Además, era el corazón de Lima y allí no más terminaba Lima. Mi padre era huaralino y mi madre de Cañete. Entonces a dos cuadras más abajo estaba el Felipe Pinglo... Mi colegio primario estaba en el centro. ¡Ahora tengo 59 años!
– Después de participar muchos años en la música, ¿cómo percibes la música criolla respecto de ese tiempo?
Z.C.- He participado y tengo que participar todavía porque el trabajo de cambio lo he hecho yo. Lo digo con cierta modestia, desde luego. Todos son mis alumnos, en el cajón y en la métrica, en el canto he contribuido mucho como solista. Eso no lo digo yo. Ya lo dicen los estudiosos.
– El resultado de tu trabajo en el canto es especial, es particular. ¿Consideras que el ser distinto te ha dado éxito?
Z.C.- Lo impuse. Es un estilo de barrio, sentido, pícaro. La gran mayoría ha advertido eso y han tomado muchos elementos que yo he usado por bastante tiempo. He servido de ejemplo.
– Hace no muchos años, te vimos por la televisión cantar en un estadio peruano repleto. Todos cantaban contigo. Transmites un sentimiento profundo de peruanidad.
Z.C.- Lógico. Todos cantaron conmigo. Miles de peruanos. En esa ocasión dijo el pelotero Menotti, olvidándose del resultado, que el momento más sublime había sido cuando cantó Perú, cuando cantó Zambo Cavero. Es hermoso escuchar eso porque la gente lo valora. Me llena de emoción porque yo quiero mucho a mi patria...
– Sí, te he notado muy nacionalista. Alguien te pidió una canción esta noche y dijiste “yo no canto eso”. Es un ejemplo valioso para los músicos jóvenes, sobre todo.
Z.C.- No es porque no lo sepa hacer ¿eh? Es parte de mi personalidad.
– Siempre que se habla de “Zambo” Cavero, se le vincula de manera inmediata a otro maestro de la música criolla, guitarrista, que es Oscar Avilés. ¿Cómo se materializó ese dúo?
Z.C.- Bueno... Me conocí con el profesor Avilés hace como treinta o cuarenta años. Él tiene casi setenta años. Analizando todas las cosas, el trabajo en este campo, en mi patria, creo que el personaje que más ha aportado es Oscar Avilés. Él es sensacional. Tiene su forma de ser pero es un hombre muy sublime y creo que es el mejor guitarrista del Perú.
– A propósito: él, es un maestro de la guitarra criolla; tú, la voz destacada en ese género. Esa dupla se ha inmortalizado.
Z.C.- Sí, Será muy difícil que aparezca otro. Oscar Avilés ha tocado con otros grupos como Los Morochucos, con Fiesta Criolla, pero conmigo canta e interpreta otras cosas; se diría que conmigo sí toca. Es valiosísimo. Yo no lo había visto desde el punto de vista humano y he descubierto que es muy padre, muy amigo, es alguien que puede dejar de comer un pan para darle a los demás. Quiere mostrarse muy machito pero es al verres(revés). Es un amigo. Yo lo quiero, lo adoro. Incluso puedo decir que después de Pinglo sigue Avilés.
– Te he escuchado citar siempre a los autores de las composiciones que tú cantas y me he preguntado si tú has compuesto canciones. ¿Lo has hecho?
Z.C.- Sí. He compuesto muchas canciones, pero soy muy respetuoso. Después de haber oído tantas canciones valiosas me siento como menos. Pero, algún día voy a sacar lo mío dedicado a una novia, una enamorada; soy muy sentimental, muy templado. Creo que no sería malo.
– ¿Tienes algunos proyectos inmediatos?
Z.C.- Por su puesto que sí. hay un Réquiem dedicado a Rómulo Varillas, es un homenaje para alguien que cantó más de treinta años sin parar.
– ¿Has encontrado distinta la reacción del público en esta ciudad?
Z.C.- Lo que he advertido es un afecto increíble. Creo que este público va perfecto. Por otro lado, yo vine con tanta emoción, la presencia de toda esta gente es sensacional. Voy a regresar. He estado en muchos otros países pero me dan ganas de regresar y creo que muy pronto va a suceder eso.

Esta conversación con Arturo “Zambo” Cavero hubiera sido interminable porque está lleno de experiencias y cosas aleccionadoras; pero, antes de concluir hurgamos algunos aspectos de su vida que complementan su dedicación a la música criolla. Dijo que es profesor primario y se ha especializado en Administración de la Educación en la Universidad de Lima; ha hecho una especialización en Retardo Mental y Problemas en el Aprendizaje, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; tiene una Licenciatura en Educación otorgada por la Universidad Federico Villarreal. Le han sido concedidas las Palmas Magisteriales por su destacada labor. La Organización de Estados Americanos le premió, junto a Oscar Avilés, por su trabajo que fue considerado patrimonio de Perú y América. Ha visitado más de treinta países, de todos los continentes. Regresa, con optimismo y muy estimulado, a obtener su doctorado en Educación.

Consciente del papel que cumple con su dedicación a la música criolla, antes de despedirnos dijo: “El arte y la educación tienen un vínculo estrecho”. Lo dice con mucha razón y hace tiempo que lo viene demostrando.

• Kachu Pillu

Por: Carlos Mejía Gamboa 

Estanque de Shikin y al fondo Chuchún Punta (Foto: CMG/2001)

Hay ocasiones en la vida que cuestan explicarlas porque para ello no se encuentran expresiones claras que conduzcan indubitablemente a demostrar algo cierto o verdadero. Eso pasa con fenómenos que bordean el mundo metafísico o, como dicen muchos, más fácil, el mundo paranormal. En nuestros pueblos, por el contrario, son tema con frecuencia comentado; sus habitantes conocen personalmente estas experiencias. Cuando se relata un hecho, más de uno dice haber vivido algo parecido o, por lo menos, sabe que a alguien le ha sucedido y siempre hay más de una sorpresa. Visto de ese modo, resultaría que se trata de algo que posee naturalidad; por lo tanto, podríamos estar hablando de hechos cuasi normales; por eso voy a relatar lo que me ha sucedido. Su connotación fortaleció mi apego a los lugares sagrados antiguos que rodean mi terruño. 

Tras una temporada en Aija, pueblo de mi origen –al que proclamo mi amor en voz alta y con la tesitura sonora del alma– llegó la inevitable despedida aunque no deseaba talar una vez más mis raíces. Mis recuerdos ya no eran consecuencia de apurados gestos de cariño y estaban más dedicados a ese espacio que sirvió de escenario a mi existencia. A pesar de los años transcurridos, ese territorio, conserva la frescura de los hechos motivos de mi añoranza. Por ello, mi estadía estuvo marcada por una gran dosis de alegría vital y renovado placer de ensueños. No había tenido momentos desagradables al pretender descansar a diario, después de jornadas llenas de derroche de energía que me permitieron recorrer los cerros más lejanos y linderos altos de mi provincia. Ojalá alguien lo hubiera hecho también para coincidir en opiniones e ideas. Así, mi espiritualidad se encontraba recargada de sensaciones bellas y complacientes que me entregaron solaz y total esparcimiento.

Anduve en noches claras y oscuras, disfrutando las altas horas de la madrugada, intentando sentir el mensaje mudo de un pueblo que vive su recatada desgracia. Tal vez sea consecuencia lógica de un abandono voluntario de sus habitantes, quienes en busca de mejores horizontes económicos y culturales se ven atrapados en el no regreso: detalle que repercute en el vacío de sus calles. Uno de los aspectos mágicos de este lugar es su silencio; un elemento que deben de extrañar, innegablemente, los que se han ido. Será que eso tienta a algunos para regresar de vez en vez. He descubierto que este pueblo es más atractivo sin mucha gente alborotosa, sin aquellos que llegan a las fiestas y pasadas éstas se van. Sin embargo, sus pobladores son sencillos, sinceros, corteses; son acogedores, amables, cariñosos a su manera. Recorren la ciudad durante el día y no es raro encontrarlos dándose un paseíto por las noches, buscando alivio para un alma curtida por algunos sufrimientos y carencias. Cuando caminaba a esas horas, yo sabía que no estaba solo. En medio de tanto silencio no faltan ladridos de perros, o rebuznos de jumentos, en el valle, enriqueciendo el paisaje nocturno y quebrando toda privacidad espiritual. Más de una vez, intenté provocar un encuentro con seres que provinieran del mundo espectral, fui a descansar a la puerta del cementerio de Huáncall en espera de un encuentro fortuito; pero, no pasó nada. Me quedé apreciando el estanque que ha cambiado tanto respecto de aquellos años en que nos metíamos a bañarnos allí, a pesar del lodo que lo caracterizaba; pero, como no había una piscina en el pueblo –y no hay hasta ahora–, nos producía algún placer en años pasados y lejanos. Ahora, retratada la luna sin dificultad y con reflejo acentuado, ya no temblaba demasiado sobre el agua como antes; ¡visto en noche de luna llena, regala un placer indescriptible! La plateada noche invade los rincones del valle y la ciudad, alejando toda sombra inútil. ¡Hay una majestuosidad increíble en esa naturaleza, mucho más cuando los pobladores están durmiendo, y sólo ella gobierna!
 
Llegaron mis últimos días, horas que me produjeron congoja. El penúltimo soñé encontrarme con un pariente que conservaba su tradicional vestimenta y, en quechua muy inconfundible, me decía: “¡Soy Kachu Pillu! Somos familia”. Conversando, añadió: “Me sacarás de mi encierro”. Yo le contesté: “¿De dónde te sacaré si estás fuera?” Me miró de reojo y dijo que pronto estaría recluido en algún lugar y que yo sería quien haciendo uso de mis astutos recursos abogaderiles lo sacaría libre. Sonriendo le dije que no lo necesitaría, que no le haría falta. Más, él cabizbajo se alejó dándome la espalda. El sueño resultó muy nítido en detalles como el nombre y el deseo de libertad. Ya despierto racionalicé lo ocurrido. Como había estado en La Merced, en ocasión de la fiesta matronal, relacioné esa circunstancia con el hecho de haber saludado a parientes míos. Hasta ese momento consideré que no era otra cosa más que la interiorización de esos hechos. Sólo el nombre me quedó dando vueltas hasta que me incorporé al día activo. 

Vivienda-tumba antigua en la cúspide de Chuchún Punta (Foto: CMG/2001)

Luego del alimento matinal, fui a despedirme del Apu Chuchún Punta; lo hago siempre antes de alejarme a otras latitudes que me acogen tantos años ya. Preparé mi bolsa con un poco de agua; llevaba unos papeles para escribir y mi inseparable quena. En las manos, “El Contrato Social” de Rousseau para aliviar un poco el cansancio. Salí de casa, pero me entretuve en la calle dialogando con personas que no había visto mucho tiempo. Después, partí con dirección a la cumbre. Tomé el camino que asciende por Ayajamanán y pasando por Huáncall llegué a Shiquin, en donde topé a uno de los Pantoja y a quien saludé afablemente. Me preguntó a dónde me dirigía y le contesté que iba a visitar a los “abuelitos”. Deseó que me fuera bien. “No se demore” –añadió. Mi intención era, además, calcular el tiempo que se requiere para llegar hasta la cúspide, a paso ligero y sin detenerse. Tomé el camino que sube en inclinación moderada por la parte derecha del cerro. Requerí un cuarto de hora desde Shiquin. Creo que es casi un récord. Llegué agotado, sudando. No hallé a nadie. El lugar es muy silencioso y abandonado. Hay una antena que cobija a algunos trabajadores, pero no se dejaron ver para nada. Descansé antes de iniciar mi ritual. Luego de media hora de entrega y conversación con el Apu, me retiré por el lado más abrupto del lugar. Visité las chullpas vacías que ahora son más; me topé con otras tantas que esperan ser franqueadas. Emprendí el regreso esperando fuera antes de la una de la tarde, porque unas personas generosas me tenían invitado a almorzar. Se me ocurrió cortar camino y lo hice por lo más accidentado del cerro, la distancia es menor. El viento soplaba y con cierta fuerza hizo que mi sombrero volara sin poderlo controlar. Al inclinarme a recogerlo me topé con unas protuberancias que parecían ser cráneos, decidí sacarlos. ¿Con qué lo hago? -me dije, no había llevado ni un cuchillo o algo que me sirviera para cavar, aunque sea ligeramente. Recordé que tenía la quena y comencé a excavar con el tubo agujereado de bambú. En ese instante, inicié mi conversación con Kachu Pillu.

Le pedí que esperara, que lo iba a sacar a pesar de no tener otra herramienta más que mi instrumento musical. Sólo le invoqué tener paciencia; sino en una de esas se me rodaba perdiéndolo irremediablemente. Cuando retiré un poco de tierra me percaté que eran varias las calaveras, estaban aprisionadas de tal modo que no se me haría fácil sacarlas. Entonces, decidí sólo por uno, el del mensaje onírico. El cráneo perteneció a un joven que debió haber sido guerrero, tiene uno de los parietales agujereado y el occipital, también; al parecer los huesos siguieron creciendo. ¿Una trepanación? pensé. Seguí conversando con él, esperando no me produjera contratiempos o me asustara. En realidad, fue muy condescendiente. Me ayudó a sacarlo. Era Kachu Pillu, ¡el que había soñado! Lo estaba liberando de cientos o miles de años de cautiverio. Cuando recordé eso, dije haber cumplido su deseo; sólo le pedí que ahora que éramos familiares o amigos, me condujera por el camino más adecuado para salir del lugar. Me dejé llevar y no decidí ningún camino. Simplemente entregué mi salida a mi reciente amigo. Lo hice porque, además, estaba rodeado de espinos y hierbas que no permitirían bajar con el cráneo de Kachu Pillu en la mano, de modo fácil y rápido; en ese momento no lo iba a introducir en mi mochila porque la calavera estaba llena de tierra. Le pedí reiteradamente que me sacara de allí y que yo me entregaría a su entera voluntad. Iba a cerrar los ojos, pero luego consideré que sería una locura, una torpeza, así no iría a ninguna parte. Sólo me abstraje y me puse a su recaudo. Apliqué mis escasos conocimientos de meditación y me abandoné, entablando una seria conversación con Kachu Pillu. Mi voz era lo único que rompía el silencio en esa montaña. Después de unos minutos estuve ya en una curva de la carretera, en la parte baja, sin saber cómo. Dí media vuelta para mirar por dónde había caminado. Me sorprendí de cómo es que había llegado, sin ningún rasguño ni pinchado por alguna espina. Agradecí lo sucedido y continué hablando con mi amigo. Iba bajando por el camino ancho y lo que yo deseaba era guardarlo en mi mochila. Para eso necesitaría un envoltorio. De inmediato, le dije: “Me tienes que ayudar a encontrar algo para envolverte, así no te puedo llevar. Además, iremos a un almuerzo en el que no quiero que sepan que estás conmigo. Se asustarían. Así que, encontrémoslo”. Emprendí camino de descenso, considerando que por allí no iba a encontrar lo requerido. Pero... en un abrir y cerrar de ojos, me topé con un plástico transparente adecuado para cubrirlo, se encontraba enredado en un arbusto y había resistido al fuerte viento. Entonces, lo envolví y lo metí en mi bolsa. En ese instante, miré mi reloj y calculé que no llegaría a la hora citada, me demoraría una media hora más. Por tanto, hice uso de mi nada funcional celular para coordinar mi retraso. Del otro lado, me contestaron que no había tal almuerzo, que me buscaron para decírmelo pero que yo había salido. Lo agradecí. No pasaría ningún inconveniente con mi amigo a quien llevaba en la espalda.

Llegando a Huáncall, de regreso, nos sentamos mirando hacia el estanque y me puse a leer unas cuantas páginas que faltaban para concluir mi lectura. Llegando a Chuchún, y a la pregunta de que de dónde regresaba, mostré mi adquisición con orgullo propio de quien presenta un amigo a otro amigo. Así comenzaron dos días de paz y serenidad absoluta. Todo el tiempo que aún me quedé sentí estar acompañado; y, era Kachu Pillu, a quien en mi caminata final hacia Cerro Imán y otras cumbres más elevadas, lo percibí cerca. Hoy, desde la distancia, comienzo a extrañarlo como complemento de mis mejores recuerdos. Lo dejé. No tenía pasaje para él, ni me hubieran dejado llevarlo hasta mi destino final. Estamos, de ese modo, condenados a una separación temporal; ojalá no eterna. En el esfuerzo de escribir esta nuestra historia, compruebo que estamos los dos compartiendo nuestras emociones y la sinceridad de aquel encuentro.



24/01/11

• Como reto al pérfido olvido

HEREJÍA

Asido del potro del placer
he profanado tu altar cuasiestelar,
cuantas veces embravecida esta bestia
relinchara, temblorosamente en mi piel.
Derrumbada, en escombros,
mi alma te pide perdón,
vagando en iconoclastas sentimientos
que la derriten lento y sin compasión.
Nada ha quedado en pie,
ni la peana de tu sonrisa
ni el ápice de tu frágil beldad;
pero, para mí siempre serás:
la amada, la mujer, la compañera...
Pero, sé que ocurrirá un día;
que ciego por injuriosos celos, mujer,
te ofrendaré a mis dioses oníricos
que esperan recompensas por amarte.
El cielo, cuando eso ocurra, amada,
besará al cosmos con labios de fuego;
se amilanará mi esencia y retrocederá...
Entonces, temblorosamente, cogeré el puñal
y ¡saz! te arrancaré la existencia,
porque ahora, mujer, nada más quiero
sino esa parte sólo tuya
que te hiciera estremecer junto a mí
hasta el delirio, locura y entrega total.
Luego, haré lo deseado en mis noches célicas.
Velaré por el resto de mi vida, eso tuyo,
porque allí nacieron tus ansias
impetuosas de fémina sin hartura,
y porque así, mi vida, seguro estaré
que no me engañarás jamás.
Cuando ya ajada mi frente,
nívea mi rebelde cabellera,
me sumergiré en mi raído tiempo
y con mi guadaña aún sangrienta
cercenaré lentamente la liana
carcomida de mi negra fantasía,
entonces caeré en espasmo fugaz
que me conducirá a la nada.


DEL MÁS ALLÁ

Si mirando las estrellas
en la soledad de tus pensamientos
recordaras que alguna vez te quise,
no te preguntes si aún perdura
el sentimiento que me tornó triste.

Si en brazos de alguien,
retozando en praderas de placer,
tu piel sintiera el beso de la noche,
no te sorprenda que serán mis labios
recorriendo tu cuerpo fiel de mujer.

Porque estaré allí siempre
colmándote de mí en noches frías,
cual viento tenue de lejano invierno
que acariciará mi pétrea tumba.

Porque si mía no fueras,
llevaría a tu alma a vivir muy lejos,
juntos y fundidos en la morada
del mundo insondable de los muertos.


MUJER TOSTADA POR EL TIEMPO

La luna preñada de blancura,
y nuestras almas, embarcadas en locura,
buscan refugio de espera,
anhelando una simple estera
para fundirse en la nívea figura
de corceles imbatibles de tu cintura.

Abandonada está mi cobardía
a la sombra de tus columnas,
mujer, tostada por el tiempo,
sintiendo el desesperado beso
del negro follaje de tu sexo
y el bostezo de esos labios
protectores del húmedo sendero
de tu vientre,
alfombra del introito corpus
de mi esencia.

¿Cómo no gemir enardecido
por el castigo de tu pesado clítoris
conduciéndome al inicio de la vida
cuando, al mismo tiempo,
delirio al desbordar el oprimido
secreto de tus rosadas nalgas,
alarde de suculenta hembra?

...

La silla de mi descanso
me invita a recordar
el sonrosado secreto
de tus nalgas placenteras.

He negado mi existencia
y en el conflicto de mis ideas,
encontré la profundidad de tus ojos
y el misterio de tus idílicos deseos.
El silencio custodia mi pasión
en la inmensidad del barullo confuso
de azules ojos, misterio de tu cielo,
el único claro y no borrascoso
estigma de tu alma ajena.

(Del Poemario: "Como reto al pérfido olvido")

18/01/11

• La revolución de Huaraz

Por: Carlos Mejía Gamboa

Monumento a Pedro Pablo Atusparia en Huarás (Foto: Dtarazona)
Los levantamientos de indígenas en contra del sistema impuesto en los territorios de ultramar por la corona española y los intereses europeos, fueron numerosos. Las motivaciones son obvias; desde la llegada de los invasores se impusieron sistemas de opresión y control, así como de explotación y tributo, sin mencionar el rosario de mecanismos que conducían a la eliminación del orden ancestral constituido. El proceso de conquista está manchado, por ello mismo, con la sangre inocente de millones de aborígenes. Fueron perseguidos y eliminados no sólo sacerdotes, maestros, artistas, políticos, militares, sino gobernantes y responsables de la administración de esos pueblos que vivían organizadamente. Como elemento de persuación se hizo abuso de la astucia, como instrumento de gobierno la tiranía, como el de disciplina la humillación, como el de castigo la muerte, para convencer que lo advenedizo resultaría siendo lo mejor.

Así es como la historia en esta parte del mundo está llena de mártires y héroes que la historia oficial no ha rescatado por no desenmascararse. O por no ceder un resquicio que confirme la razón a quienes siempre la han proclamado sin mucho éxito. La verdad es que esos levantamientos no sólo fueron contra el proceso de conquista y coloniaje, sino que continuaron contra la República, la misma que arrastraba los problemas de la política virreynal, siempre subyugada al poder de la metrópoli europea. El hecho de que Bolívar decretara la eliminación de los cacicazgos, remanentes administrativos de casta aborígen, confirma la idea de que la cacareada independencia no significó nada nuevo para los pueblos nativos de Sudamérica; explica, más bien, el punto neurálgico tratado en Guayaquil por los mal llamados Libertadores. No hay que olvidar que San Martín, así como Miranda y Belgrano, consideraba la necesidad de erigir un Inca, útil para la perspectiva integradora de estos pueblos. La participación efectiva de gruesos de la población andina en esa lucha libertadora, demuestra el deseo de liberarse de la estructura virreynal; pero, desgraciadamente esas fuerzas fueron usadas para otro fin y lo que consiguieron, sin preveerlo, fue la consolidación de los grupos de poder en ese sector del continente. Es decir, de ese modo, sin quererlo reforzaron los esquemas de explotación y postergación, creando una situación que no se ha podido revertir a pesar de todos los esfuerzos destinados a eliminarla.

En Perú, la agitación social continuó con la sublevación de los negros contra la esclavitud, en la costa; mientras que, en la sierra, las comunidades indígenas continuaron rebelándose contra la servidumbre y la tributación exagerada –se exigía tributar dos soles de plata sin tener en cuenta los míseros cinco centavos que se ganaba por día; agravada por la devaluación equivalían a veinte–, así como contra la recomposición del feudalismo andino. Se mantenía, además, la obligación de prestar servicios personales gratuitos como las repúblicas, faenas, mitas y la conscripción vial, instrumentos que originaron grandioso malestar. La guerra del Pacífico había destartalado la economía del país y, como consecuencia inevitable, se recurrió a acentuar la explotación al indígena, al extremo de considerarlo bien semoviente del latifundio.

EMERGE ATUSPARIA
Cuando en 1885, en Huaraz, era Prefecto Javier Noriega, la situación había empeorado. Éste resucitó las repúblicas, que no venían a ser sino trabajos gratuitos que emulaban a la mita de la época colonial; estableció el tributo en especies que era entregado a las autoridades los días sábado; materializó despojos de tierras a las comunidades... Entonces, los indios de Huaraz en asamblea decidieron reclamar, formal y respetuosamente, mediante la elaboración de un memorial que pedía se aboliece o se redujese el tributo y las repúblicas; para ese efecto, nombraron como delegado a Pedro Pablo Atusparia, alcalde la comunidad de Marián, y lo respaldaron cincuenta alcaldes indios. Atusparia hizo entrega del documento y la reacción brutal no se hizo esperar. Noriega ordenó su detención y tortura. Ante eso los demás acudieron solicitando su liberación. Para entonces el prefecto se encontraba en Aija, disfrutando de sus buenas relaciones con lo más rancio de ese escondido pueblo, y fue José Collazos quien se encargó de enfrentarse a la protesta. Respondió con prepotencia y recurrió a la humillación: ordenó cortar las trenzas de los alcaldes. Esto constituía una afrenta al símbolo ancestral de nobleza y autoridad. La rebelión no se hizo esperar.

El 2 de marzo de 1885, ocho mil indígenas descendían de las alturas hacia la ciudad de Huaraz, armados de machetes, huaracas, rejones y algunos fusiles, logrando reducir a la gendarmería y haciendo que huyeran los tiranos, pero no sin antes haber demostrado sus fuerzas en la toma del legendario Castillo de Pumacayán, el día anterior. Después de dos días, Atusparia y los ocho mil comuneros controlaban la ciudad. El día ocho los vecinos de la ciudad llegan a solidarizarse con el movimiento revolucionario y se celebra la misa de gracias por el triunfo obtenido. Este acto, no sirvió sino para reducir el ímpetu de lucha. Una vez más, la iglesia jugaba un papel neutralizador.

EL CONCEJO REVOLUCIONARIO DE HUARAZ
Mientras el coronel Vidaurre y el gobernador Collazos huían, el Prefecto pretendió regresar de Aija a Huaraz, pero en Recuay, ciudad intermedia, casi lo linchan. No le quedó otra cosa más que huir rumbo al Callao. Entre tanto, Atusparia, el 12 de marzo, instalaba el Concejo Municipal Revolucionario de Huaraz a cargo de Manuel Mosquera y Luis Felipe Montestruque. Este último se convertiría, después, en célebre redactor de la revista Sol de los Andes, medio que agitaba en favor de la reinstauración del Imperio de los Incas. Al mismo tiempo, el movimiento se expandió por los distritos y provincias vecinas con mucho éxito. El 16 de marzo, Pedro Cochachin, conocido como Uchcu Pedro, carhuacino y lugarteniente de Atusparia, invadía Carhuaz e instalaba su cuartel general en Mancos. En otro flanco, José Orobio intentaba ingresar a Yungay sin éxito inmediato. El dominio de ese sector del Callejón de Huaylas contó con las simpatías de otros grupos, incluso desde Ayacucho, Junín, Huánuco y Cajamarca, enviaron delegados a apoyar el movimiento insurreccional. De ese modo la actitud de Atusparia y sus huestes conmovían los cimientos de la República peruana.

En Lima, Miguel Iglesias, gobernante de facto, proclive a los intereses chileno-británicos, ordenó acabar con Atusparia y el 4 de mayo Huaraz era ocupada; pero, el 11, Uchcu Pedro y cincuenta mil indios intentan recuperarla. Sigue una secuela de represión, fusilamientos, torturas, violaciones, en la que los milicianos chinos y zambos tienen participación. El 13 de mayo, un destacamento del ejército desembarca en Casma, y avanzando por ese valle se enfrenta contra las fuerzas de Uchcu Pedro, en Chacchán, siendo repelidos con mucha efectividad. Entre el 12 y 25 de mayo, Atusparia apacigua a sus huestes, pero Uchcu Pedro continúa hasta ser fusilado el 29 de setiembre.

En junio de 1886, Atusparia viaja a entrevistarse con Andrés Avelino Cáceres, flamante Presidente de Perú, quien le ofrece un cargo público, satisfecho de conocer al luchador indígena. Éste no acepta. Entonces, Cáceres, lo perdona y ofrece garantías a su descendencia, tan así que se hace cargo de la educación de Manuel Ceferino Atusparia Itauri, hijo del líder ancashino. Cuando Atusparia llegó a Huaraz, de regreso, siente que le han perdido confianza. Desde entonces "le acompañó un profundo abatimiento"; quiensabe hubo comprendido que su lucha no rindió los frutos que había deseado. Su pueblo continuaba en la misma situación. Aislado vivió en Marián, hasta que el 25 de agosto de 1887 murió envenenado. Sus restos reposan en el Cementerio de Belén de Huaraz, a la espera de un homenaje a la altura de sus acciones.

17/01/11

• Entrevista a Leoncio Maguiña Morales

UN GRAN MURALISTA AIJINO
Por: Carlos Mejía Gamboa

El artista, el día de la entrevista.
Había albergado, bastante tiempo, el deseo de conversar con uno de los personajes importantes de Aija. Él es un hombre sumergido en la producción artística; es un hombre forjado por el trabajo cotidiano y encallecido por el esfuerzo al que le conducen sus pinceles y colores.

Leoncio Maguiña Morales, pintor aijino, destacado muralista, propulsor de la cultura aijina, nos recibe calurosamente en su domicilio que posee una característica especial: es un Museo. De inmediato, nos viene al recuerdo una de las casas de Pablo Neruda, la que tenía en Valparaíso. No son los colores los que nos hacen evocar a La Sebastiana, sino la pequeñez de sus habitaciones y las escaleras que nos sumergen en el mundo onírico del artista, invitándonos a la intimidad.

Hay una dosis inmensa de energía que nos condena, inevitablemente, hacia el placer estético; hay una fuerza incomparable que emerge de la obra de Leoncio Maguiña. La gama de los colores empleados y los mensajes de sus murales nos atrapan satisfactoriamente. Entretanto, él, con la voz pausada que le caracteriza, nos explica muchas cosas de ese universo que ha construido para encantarnos.


Waru entrega a sus lectores la conversación entablada con él, esperando sirva de estímulo para visitarlo y sino para valorarlo como lo merece.

Waru(W): Algunos datos biográficos suyos, Profesor. O algunos recuerdos de infancia que nos permita conocerlo.
Leoncio Maguiña(LM): Bueno... sería muy extenso, Carlos. Puesto que te has dignado venir a esta humilde casa, te agradezco y felicito tu inquietud. Tú volaste como el ave de Aija a otros horizontes y entiendo, pues, que estás haciendo patria, labor cultural, sobre todo en nombre de nuestra tierra Aija y de tu familia. De modo que podemos conversar muchas cositas. En cuanto se refiere a mi persona, eso es lo de menos; ahí tengo un librito que te voy a dar. (Se refería a su libro “AIJA: sus facetas”).

W: Entonces, nos ocuparemos de algo distinto. Acabo de visitar el Museo que usted tiene. En realidad, lo fundamental en él es la obra pictórica suya. ¿Recordará, usted, su primer dibujo?
LM: Bueno, inclusive allí hay un testimonio. Tú sabes, pues, cada ser humano viene a este mundo con ciertas facultades, con una predisposición para tal o cual actividad en la vida. En el caso mío, entiendo que la vocación me habría dado el destino o la vida y manifestóse desde niño, desde la escuela primaria. Dibujar y pintar fue mi gran inquietud. Aquí, en el Museo he dejado, precisamente, un testimonio que lo encontré después de muchísimos años. Sucede que yo seguí una profesión técnica y la vocación por el arte se quedó postergada. Cuando uno es pobre lo primero que tiene que hacer es luchar por conseguir el sustento y esa ha sido mi experiencia. Mi destino está marcado por una lucha permanente; yo no he tenido a nadie que me enviara a la universidad o al colegio. Yo solo he tenido que abrirme paso y, en esa brega, anduve pensando en mi vocación. “Algún día llegaré a estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú”, me decía. Ya hombre maduro, a los 28 años, lo logré.

W: ¡Ah! ¿Esa es la edad en que usted decidió dedicarse al arte, a la pintura?
LM: Sí, recién. Recién entré a la Escuela. Antes de eso he pasado por toda clase de ocupaciones. Egresé el año 1958.

W: ¿A quienes tuvo como maestros en la Escuela de Bellas Artes, en Lima?
LM: A muchos. Pero entre ellos voy a citar a algunos de quienes me recuerdo: Manuel de la Colina, José Gutierrez, Carlos Quispe Sacín, Manuel Ugarte Eléspuru, Aitor Castillo, Alejandro Gonsález Apurímac, y otros.

W: ¿Y su determinación de regresar a Aija, Profesor?
LM: El caso es que yo recién había egresado de la Escuela y ya tenía algunas propuestas en Lima, de varios colegios. Una de esas posibilidades, y la más segura, era la de trabajar en el Colegio Ricardo Bentín, en el Rímac. Estaba en esas gestiones y, en esas andanzas, me encuentro con algunos paisanos en Lima. No hay que olvidar que antes era más centralizada la administración educativa. Me conozco con el Director Aquiles Valdez, chinchano, que buscaba un Profesor de Arte para el Colegio de Aija. Él me animó, explicándome la cantidad de horas que iba a dar, etc.

W: ¿Consideró que su regreso a Aija sería temporal?
LM: Justo pensando en eso vine. Pero vine por mi madre, a quien no veía mucho tiempo, y por mi abuela María Maldonado. A mí me criaron mis abuelos. Por otro lado, la nostalgia por la tierra me motivó y vine por unos años. Total, fue pasando el tiempo y me fui quedando. Y me he quedado, definitivamente.

W: ¿Existe en usted algún sentimiento encontrado respecto de haberse quedado en Aija? No se ha preguntado: ¿Para qué me quedé en Aija?, por ejemplo.
LM: Sí, sí. Ya lo creo. En el curso de los años, naturalmente, me he preguntado muchas veces; sobre todo cuando se presentaron sinsabores que tuve que soportar a causa de mis obras. Vine a un pueblo como un misionero, por primera vez. No comprendían, no entendían... hasta mis obras fueron ultrajadas. Ese destino fatal he tenido.

W: Es propio de los artistas, puesto que definen su vida en base a su quehacer que está marcado de mucho sacrificio...
LM: Muchos percances han pasado mis obras. En fin, qué voy a hacer. Comprendo que es mi destino. Pero, fueron pasando los años y me quedé. Tuve familia, estuve en la docencia; estuve acompañando a mi madre, principalmente. No podía abandonarla y la acompañé hasta su muerte, a los 94 años.

W: Profesor, ¿piensa usted que el artista en lo posible debe vivir solo para materializar sus ideas y su trabajo artístico?
LM: Claro, pues. Eso es lo ideal. Los verdaderos artistas como Leonardo, Miguel Ángel... se dedicaron sólo al arte, no tuvieron familia, ni hijos, ni esposa. Vivieron estrictamente para el arte y apoyados por grandes personalidades de ese tiempo, los mecenas. Los artistas vivían protegidos y eso les permitía volcar toda su capacidad a su arte. Eso no ha sucedido conmigo. He tenido que luchar. La docencia, la familia, las obligaciones. Pero, yo no me he dejado abrumar, subyugar. Como dicen, “cuando un artista entra a la docencia queda castrado”. Eso no ha pasado conmigo. Primero... ¡mi arte!

W: Profesor, luego de la docencia, supongo que ya en condición de jubilado, habrá tenido más tiempo para pintar.
LM: ¿Después de retirarme de la docencia? No... no. Las facultades tienen su tiempo, así como el deportista. Yo vine de Lima, aquellos años, con toda la fiebre de la creación; joven, recién egresado, con mucha emoción. Es en esas primeras décadas en que he creado mis mejores obras y las más grandes. Alternaba con la docencia. Al jubilarme, o retirarme del magisterio, tenía casi setenta años, las facultades estaban ya reducidas, amainadas. Hoy ya no; ni tengo ganas de pintar; me dedico a leer, a escribir...

W: Profesor, regresemos a la edad en que decide pintar, ¿Vicente Van Gogh no fue un referente como para que pensara: “para comenzar a pintar no se es viejo”? Él comenzó mucho más tarde.
LM: Cierto, comenzó tarde. Pero se sumergió tan decididamente que formó parte importante del Impresionismo. Es uno de los mejores representantes de esa escuela. Ahora, dan muchos millones por su obra cuando en su tiempo nadie le daba importancia. Así es el artista y su destino.

W: Me gustaría tocar lo referido a su trabajo, en concreto. Desde mi recuerdo más lejano traigo la impresión del trabajo suyo basado en el mural. El colegio estuvo lleno de sus trabajos. Luego, he visto sus obras en el Cementerio, por ejemplo. ¿Cómo así que decide usted por el mural, una técnica bastante difícil y complicada?
LM: En la pintura hay especialidades, también. La inquietud hacia el mural se deriva de mi temperamento como artista. Eso quiere decir: hay artistas que se encierran en lo que se llama su Torre de Marfil, pintan para sí y nada más. Pero, yo no tengo ese concepto. La actividad de la pintura es eminentemente social... y tiene que llegar al público, a la masa. Entonces, desde el principio, de la Escuela, me nació esa inquietud de hacer la pintura monumental; es decir, la pintura mural. El mural es la expresión máxima del arte pictórico porque su temática es de carácter amplio, de carácter social, político, filosófico, histórico, ético, etc., etc.

W: ¿La pintura de la época de la revolución mexicana le habría estimulado a decidirse por el mural?
LM: Ya lo creo. Yo me sentía inquieto con el mural, más no con otra cosa. De tal modo que paisaje no pinto. Es laborioso, es cuadro chico, de caballete. En el mural hay que usar figuras grandes, monumentales.

W: Incluso tiene un contenido argumental, ¿no?
LM: Claro, esa es la importancia del mural. Debe llevar un mensaje. Es como un libro abierto, un discurso a la multitud. Eso es lo que me complace, me satisface. Así he pasado mi vida. La mayor parte de mis obras son murales, a pesar de no haber plasmado todos mis proyectos, porque tengo un montón. Lamentablemente el tiempo ya me ha ganado y espacio también ya no ha habido. Con esa inquietud en Aija, que no es un medio para la pintura mural, me he enfrentado a una realidad difícil.

W: Claro. Hay otro detalle, Profesor. He estado observaando sus pinturas y, desde una óptica muy modesta, le diría que si bien es cierto su mural no es como el mexicano, que parece ser un óleo llevado a la pared, usted trabaja una especie de mural que por su resultado se asemeja al fresco...
LM: Yo trabajo con técnica simple, el fresco sería muy caro. Trabajo con técnicas vulnerables, técnicas simples. La que uso es la de temple al huevo, sobre yeso. Se puede arañar, dañar fácilmente; en cambio, el fresco es eterno. El material para el temple es durable, desde luego. El color es permanente.

W: Profesor, ¿y la gama de colores con la que trabaja tiene que ver con la cultura andina?
LM: Bueno, eso ya depende de los que aprecian; aunque definitivamente mi trabajo está en la gama de los colores cálidos, con algunas excepciones. El pintor siempre elige su estilo y su gama cromática. Así como el músico.

W: ¿Y tiene alguna inclinación por la música? ¿Ha recurrido a algún instrumento musical?
LM: Como músico, no. Pero tengo inclinaciones musicológicas. La música exige habilidad. El hombre que está inmerso en el arte tiene el compromiso de comprender mínimamente las otras expresiones artísticas: la arquitectura, pintura, escultura, grabado. Y no por eso va a dejar de conocer qué es la música.

W: Claro, Profesor, eso significa que un pintor como artesano no será igual al pintor que se intelectualiza, por cuanto este último amplía su universo intelectual.
LM: El pintor que opta la pintura como artesanía, ya no es pintor propiamente, sino un pintor de oficio. Repite una temática, una y tantas veces, porque lo que produce tiene carácter comercial y eso son los que abundan en Lima. Esos cuadros que están en las calles, por ejemplo. En cambio, yo estoy lejos de todo aquello. Mis obras no son de carácter comercial, de modo que nunca vendo mis cuadros porque no son comerciales. De uno que otro me he desprendido por la mucha exigencia de los interesados.

W: Conocí a un acuarelista, Profesor, que decía que no podía vender a sus hijos... ¿Piensa usted lo mismo?
LM: Claro, pues. Cada cuadro es un hijo, es producto del espíritu, del alma. Por eso el pintor, el verdadero artista, pinta una sola vez un cuadro, ya no repite. Si quisiera repetir se enfrentaría a que la fiebre emotiva o la inspiración ya se enfrió... ¡ya piensa en la repetición!

W: ¿Quiere decir que la espontaneidad es un elemento fundamental de la obra, Profesor?
LM: Claro, sobre todo la inspiración que el pintor debe mantener hasta concluir la obra que ha comenzado.

W: ¿Se podría hablar, entonces, de un estado febril que se requiere como condición sine qua non?
LM: Justamente. Claro, pues. Eso es lo que es el arte. El poeta lo requiere. Esa fiebre inspiradora que tuvo Vallejo, por ejemplo, no podría haberle permitido repetir el mismo poema. Igual es la pintura. En el caso mío, digo, sólo una vez pinto el cuadro, ya no puedo repetir.

Leoncio Maguiña, autografiando el libro ofrecido.

W: ¿Y la repercusión de su trabajo a nivel departamental o regional? Supongo que usted es muy visitado.
LM: Bueno, en ese aspecto diré que no soy como Dalí quien orquestaba y generaba su propia onda. Yo no soy de esa talla, de modo que mi sencillez ha permitido que este local se hiciera popular solo. Desde al año 92, en que se llevó a cabo el VI Encuentro de Escritores y Poetas, en Aija, vino una pléyade de intelectuales de Ancash que llegaron a este Museo. Habrían hecho propaganda, pues. Han venido, a partir del 92, camarógrafos, reporteros, delegaciones de estudiantes... Así es que esta pequeña casita es muy conocida, Carlos. Inclusive, yo me he sorprendido, en estas última vez, porque ha venido un equipo de reporteros desde Lima y transmitieron esa producción a través de la televisión. Ya me dijeron los paisanos: “¡Hemos visto tus obras, te hemos visto!”. Era un reportaje que había comenzado en Huarmey, continuó por la quebrada y concluyó en Aija. Ese ya es un honor, sobre todo para nuestra tierra.

W: Y, ¿la última exposición que usted ha hecho? ¿Le han invitado a Huarás, a Lima, las instituciones de aijinos?
LM: Exposiciones he hecho muy poco. Es muy costoso, pues. Alguien tiene que auspiciarla. La movilidad, el montaje y otras cosas, encarecen un proyecto de ese tipo. He hecho contadas exposiciones en Lima, en Huarás, en Aija. La última que hice en Huarás ha sido el 83.

W: ¿Haría una invocación a las instituciones locales, regionales, para estimular la difusión de su trabajo?
LM: Bueno, uno mismo no puede sumergirse en la tarea de propaganda. Es algo contradictorio. Han venido ya personalidades, instituciones, escuelas; desde Lima han venido delegaciones. Para mí es un honor, a pesar de que este no es un museo propiamente, sino una vivienda pequeña. Tiene sus secciones principales: pinacoteca, arqueología, artesanía popular, a la medida en que se puede adquirir los elementos de muestra. Allí es que invierto mi dinero.

W: ¿Cómo ve usted a las nuevas generaciones y la pintura en Aija? ¿Hay pintores nuevos?
LM: En el colegio, muchos manifiestan muy buenas condiciones. Pero, seguramente, no han seguido. Uno de ellos, fue Jorge Palacios, quien tenía muy buena vocación. Después, han habido muchos que han estudiado en la Escuela de Bellas Artes de Ancash, en Huarás. Hay varios, pero no conozco la obra de ellos porque se han dedicado a la docencia. Entiendo de que ha sido un medio para incorporarse a la docencia y nada más.

W: ¿Eso significa que esas personas habrían deseado ser docentes de Artes Plásticas antes que artistas?
LM: Claro, pero de todos modos deberían mostrar sus trabajos. Uno hay, es David Brito, y trabajos de él sí conozco. Diría que pinta muy bien y tiene buenas condiciones. Es paisajista. Del resto –digo de otros–, no conozco. El arte requiere dedicación, perseverancia y sino no eres artista...

W: Algo como epílogo de esta conversación, Profesor.
LM: Bueno, gracias. Seguro que debes ya de haber hecho algún trabajo en el viejo mundo. Te felicito, sigue adelante pero sin olvidar a nuestra tierra. Mi saludo para los paisanos que se encuentren en esas latitudes. Ojalá tu proyecto tenga éxito.

W: Gracias, Profesor, hasta otra oportunidad.

(Publicado en WARU: espacio para el pensamiento libre, N° 1, julio-agosto, 2006 - Berlín)
Fotos: Carlos Mejía Gamboa - 2006

14/01/11

• Flor de Pitaya

Por: Carlos Mejía Gamboa


Hay momentos en la existencia de cada individuo, que encuentran al alma en capullo y la abren sutilmente al encanto que le prodiga el mundo que lo rodea. Ocasiones mayores se convierten cuando son mensajes llenos de fuerza que estimulan el potencial dormido de las sensaciones.

Ocurre con un amanecer, tachonado en el lienzo que le ofrece el paisaje panorámico de una rural estancia; con el guiño cómplice del Sol en ocaso que va dejando una abrasada caricia sobre la piel; con el tibio calor de una mano fraterna que se te tiende afable; o con el sortilegio que las avecillas derrochan en sus tímidos vuelos o trinos, entre otros encantos que cada uno de nosotros hace suyo. Una canción, también, puede producir hecatombes en los recovecos más íntimos del ser, todo depende de las puertas que están abiertas y del continente que lo albergará. Cuando haya ingresado a deambular por los corrillos de los nobles sentimientos, los sacudirá de su letargo, casi los zarandeará, y los comprometerá a no renunciar no sólo al placer estético sino a la complicidad con ella. Cuando haya logrado ese final objetivo, el individuo, -triste guardián de su serenidad racional-, se hincará ante ella sin argumento más que su contemplación emotiva. Entonces, y solo entonces, despertará el alma ante el mensaje que lo invade. Sin embargo, el mundo volitivo pretenderá definir a la agresora que nos hace percatar de la incertidumbre en la que nos coloca. Diremos: "es el texto” no, la melodía"; pero eso, en realidad, se erigirá como una justificación de nuestra debilidad. ¡La derrota es clara y no valen ambages!

De este modo, no me permitiría negar que la canción El Gavilán, reune esas dotes de transgresora de la fortaleza racional a la que venimos acostumbrados ya. Hacía algún tiempo lo había cantado Víctor. En esos años, me habáa llamado muchísimo la atención el texto, no quiere decir que la otra parte fundamental de esa canción no me hubiera agradado. Desde una visión rural del canto al amor, el convertir a la amada en una Flor de Pitaya, ya me llevaba de encuentro. Entonces comprendí la necesidad de saber cuál era esa flor. Para mi asombro, no era tan sólo mejicana como yo lo imaginaba; por los lares donde crecí los pobladores también vivían encantados con su belleza. Desde luego, lleva otro nombre. Es la flor de un cactus, y su belleza es singular. De pétalos blancos, un poco amplios, lleva un corazón amarillento. Corona las espinas con una majestuosidad singular. De allí que me pareció siempre una comparación feliz del autor de esa canción. Rendirse a la belleza de un ser silvestre, de un ser puro, viene a ser la realización moral del hombre. Si a eso sumamos la carga estética con que nos lacera la beldad, comprenderemos sin temores que valió la pena dejar las puertas abiertas del alma, por si no quisimos abrir también las ventanas. Hay que agradecer eternamente a ese buen cantor, de alma muy mejicana, que nos regaló unos minutos de cosmovisión del hombre rural en una ciudad tan deliberada como Berlín. Lástima que no haya nacido aún mi Flor de Pitaya.