24/10/07

• Confesiones de un ausente

Dice el aforisma, conocido y usado con mucha frecuencia, "la distancia es el mejor olvido". En muchos casos suele reflejar, de un modo acertado, una esperanza que puede coronarse de una especie de satisfacción emocional; pero, para otros, puede constituirse en un pesimismo torturado por la circunstancia imposible de cambiar. ¿Quién no se ha marchado para renunciar saludablemente a los amores imposibles, a los amores que debían forzar su curso gracias a la ausencia autoimpuesta, o provocada, que dejaron cicatrices indelebles en el alma? ¿Quién no se ha marchado por estar nutrido de sueños, por estar nutrido de un deseo concebido a la medida de las aspiraciones? ¿Acaso las carencias no lastimaron espacios que impulsaban soluciones en otros hemisferios, forjando la coraza insondable del alma, por otra parte? De un modo u otro, toda partida tiene un punto de impulso, de inicio, que mientras no se mire hacia él, no lastima. A medida que se va generando esa estela, que la llamamos distancia, y va creciendo, se manifiesta la añoranza por los pasos dados, por las huellas dejadas, generando una nostalgia que a la larga hará perdurar con acicalada actualidad las vivencias haciéndonos más sensibles o estoicos con ese inmediato pasado, manantial de recuerdos.

Si esas sensaciones nos produce un punto cualquiera de partida, no es de sorprenderse que cuando ese punto de impulso es el terruño, éste nos atrape con mayor intensidad. El cordón umbilical a la tierra madre que nos vio nacer, nos vincula eternamente a la grandeza de sus lares, a la cosmovisión que nos generó; emerge nuestro natural orgullo y todo lo que pertenece a aquel espacio resulta siendo divino. Reconocemos que allí todo fue feliz, que la tierra que nos prodigó fue ubérrima, que no nos hubiera gustado partir; pero, ya no estamos allí. Entonces se acrecenta el anhelo de verlo mejor, de que progrese, de que sus gentes en nuestra ausencia lo fortalezcan y lo engrandezcan; incluso exigimos más de lo que nosotros mismos podríamos dar y/o hacer. Lamentablemente el que se ausenta tendrá la oportunidad de ver que el mundo no es parejo así como el suelo sobre el que aprendió a caminar; que el tiempo, enemigo infame, se detuvo en los lares de los que partió; pero no porque el tiempo sea disímil sino porque el viajero cabalgó sobre el potro de Cronos y de ese modo casi navegó con favor de la corriente abrumándose de nuevas experiencias y otras realidades.

Mientras, mi lenta comarca, por ejemplo, parece haberse convertido en el punto de apoyo de la palanca: inmóvil ve girar al mundo alrededor de ella. Ahora, sus gentes de movimientos lentos casi me enerva, sus descuidos y abandono me laceran, los que dirigen su destino cada vez parecen los más inadecuados, pero reacio no quiero aceptar que "cada cual tiene lo que se merece". Entonces a la distancia, que no me ayuda aún a olvidar, comienzo a sufrir el dolor que me produce lo mío y la ansiedad por verla mejor me comienza a lastimar porque siento que no la quieren como yo. Mi ubicuidad me alivia, pero no hay olvido porque es mi presente. Sólo es un presente ausente, lejano... no distante. Y, tal vez, cada vez más cercano. Sin embargo, parece que la fuerza centrípeta de ese punto que añoro me haya lanzado lejos por alguna razón natural de sobrevivencia. Estoy "vivito y coleando", gritando desde ese punto lejano que rechaza todo indicio de ignominia forzada. Pensaba que después del recorrido de una distancia hay una meta, siempre adelante; pero, cada vez me percato que esa meta no está sino en el mismo principio de donde dí el salto al charco.

Por lo demás, encallecidas mis penas y curtidos mis recuerdos, intento arrancarle solaz a mi existencia. Todo para justificarla. Entonces, cuando la voz de otros parece ser la mía, comienzo a confesar mi ausencia y ya somos un coro que se aferra a renunciar esa distancia; la desesperanza que sigue ya no será tan mía por la tesitura cómplice de los demás que, así como yo, van reclamando que no desbaraten los sueños de los que no pudieron partir, que en esencia son algún otro retazo de mi ser. O, yo sea el retazo de ellos.

Preñadas están mis ansias de no desfallecer, no agotar mi grito por ese mundo mejor; pero que por lo menos comience allí, en el punto de donde partí, antes de llegar a aceptar que "el olvido es la mejor distancia". Cuando ocurra que el olvido fue el sentido de mi partida, entonces si habré comenzado a perder la razón de mi distancia, de nuestra distancia. Será un olvido por el olvido al que me habrían condenado. Habría sido una partida sin estelas y serían un sinsentido mis recuerdos; habrían estrangulado definitivamente mis sueños, mis esperanzas, mis anhelos; habrían castrado mis nostalgias y acribillado mis pasiones; habrían forzado mis días a un calendario onomatopéyico del dolor y la tragedia.