23/03/11

• Pasiones Pirurupúnticas

¡AY, CORAZÓN ACERADO!

La tarde tímida se acuesta silenciosa
dejando que el Sol le bese con temor;
la lobreguez resucita fortalezas de mi ser;
son lomos azabaches mi cordillera,
únicos guardianes eternos de mi terruño,
gigantes de mis juegos de noche plateada,
fantasmas en mis solitarias madrugadas,
dioses inalcanzables de mi inútil creencia.

Cómo saltaba de cólera infinita
cuando Mulluhuanca encortinaba con su sombra
cobijando a mi pueblo en su regazo, recatado...,
las luces moribundas competían ineptas
con el guiño solar reflejado en Putzpún;
entonces, bramaba caudaloso el Santiago
haciendo coro a mis bullentes sueños
y la Luna, a veces, tan deslucida torta,
guiaba mis pasos furtivos hacia mi amada.

¡Desde Marcacoto siempre mirar es un placer!
Está Aija recostada, dolida, postrada otra vez,
compitiendo con sus casas el brillo estelar
y con su silencio acoge mis pasos, mi voz;
con sus tejados empiedra el sendero ideal
sobre el que retozan hoy mis recuerdos dolidos;
pero, ¡ay!, de aquellos instantes acrisolados
que han dejado en mí ecos en el alma,
tachonados, incrustados, de mucho amor
canturreando versos a su orgullo altivo.

¡Ay, corazón de acero, acerado,
diminuta herrumbre para esos imanes!

¡Ay, corazón de acero, acerado,
que de Aija olvidarme no permites!


TU VOZ

¡Ah! Tu voz, tu sonora voz,
caricia saética en mis oídos,
¿acaso puedes ser eco sahariano
o grito de un alma fértil?
¡Ah! Sonoridad de tu recatada alma,
manantial prístino de esta pasión
que inunda el sediento lago
de mis apacibles certezas.

Regalo de tus dolidas ansias
que al universo de mi solitud
llega acariciando la mansedumbre
de mis altiplánicos albores,
removiendo impulsos arcaicos
en el puntal pirurupúntico
de mis lozanos recuerdos.

Entonces, reparo en tus huellas
el grito prudente de tus pasos,
el paisaje de tu indecisa sonrisa,
la silueta ágil de tu abrazo,
el grácil contorno de tu beso,
¡arrendras mi astral cariño
amainando mis ramalazos de luz!

Pero, ¡ay!, tu voz... tu voz.


SILENCIO CRUCIFICADO

Hoy que la congoja me cautiva
en mustio verano equinoccial
reclamo tu sombra enardecida
eucalipto añoso y señorial;
recostado al abismal camino,
cual ángel en pretendido vuelo,
cobijabas nidos de jilgueros
mientras perfilaba mis sueños.

Con el recuerdo casi fresco,
repujado con pasos citadinos,
con deseos aún inconclusos
y alegrías que no merezco,
siento aquel distante tiempo
en que en tu roñoso tronco
mi alma pura dejé crucificada
con aromas de cuajado sol.

Ay, frescura de aquellos días,
de horas sin compás maternal,
hijas de bastardos instantes.

 (Del poemario: “Pasiones Pirurupúnticas"- 2011)